miércoles 1 de mayo del 2024

El Ministerio del Interior: dos caras opuestas. La gestión política de Luis Alberto Heber en contraste con la modernización y enfoque técnico liderado por Nicolás Martinelli y Diego Sanjurjo. El desafío de abordar la inseguridad en Uruguay. La oposición y la falta de consenso en las medidas de seguridad. La próxima campaña electoral.

La Real Academia Española en su diccionario de la lengua española define bifronte como de dos frentes o dos caras. Esta definición se adapta hoy perfectamente al ministerio del Interior.

Una cara, la más visible si se quiere, es la que encarna el ministro Luis Alberto Heber, la conducción política, con una gestión cuestionada y donde abundan las patinadas, errores y horrores.

La otra cara, la técnica, es la que encarnan, en conjunto, el director general del Ministerio del Interior Nicolás Martinelli y Diego Sanjurjo, coordinador de estrategias focalizadas de prevención policial del delito, programa integral de seguridad ciudadana, de esa cartera.

Durante las administraciones del Frente Amplio la inseguridad aumentó de manera imparable, en verdad ya venía en crecimiento, producto, en primer término de la incidencia del narcotráfico y de los muchos cambios que experimentó en la sociedad también.

Luego de la dictadura cívico-militar, que militarizó la fuerza, con la llegada de la democracia todos los gobiernos y en particular desde finales del mandato de Luis Alberto Lacalle, con el ministro Juan Andrés Ramírez y en adelante se intentó modernizar y profesionalizar a la policía. Hubo que cambiar el paradigma de actuación de muchos policías acostumbrados a la represión per sé que debieron pasar a la colaboración. La policía se tuvo que transformar en una fuerza democrática. Para hacer esto, fue necesario que hubiera cambios en los mandos lo que fue resistido muchas veces. La gestión de Julio Guarteche, durante el gobierno de José Mujica, principalmente, actuando como director nacional de la policía, fue fundamental en varios sentidos, el principal lograr abatir la desconfianza que existía desde la policía hacia el sistema política gobernante, la izquierda, sus enemigos en el pasado y desde éste hacia la policía. Lo logró.

La incorporación de tecnología y la aplicación de prácticas basadas en evidencia comenzó a ser la forma de trabajo habitual en un contexto de inseguridad creciente, con el consabido malestar ciudadano y uso político del mismo de manera legítima, es dable apuntar.

Quienes están hoy en el gobierno, antes en la oposición, incluso el propio presidente de la República, Luis Lacalle Pou, en su accionar como diputado primero y senador luego, cuestionaron a los sucesivos ministros y a los gobiernos, e incluso se llegó a afirmar que había una suerte de pacto entre las organizaciones delictivas o los delincuentes y el propio gobierno o con algunos integrantes del gobierno.

Gran parte del éxito de la campaña que llevó a la presidencia a Lacalle Pou fue justamente la inseguridad y la afirmación, fácil, demasiado fácil, de que eso se arreglaba con eslóganes del estilo “Hay orden de no aflojar”, que impuso en su momento el fallecido ministro del Interior Jorge Larrañaga.

Justamente Larrañaga, al asumir y nombrar a las nuevas autoridades políticas, a los jefes policiales y de la forma que lo hizo, donde primo el caudillismo por sobre lo profesional, borró de un plumazo todo el saber acumulado y dio un volantazo en el accionar policial.

Fue un gran error, al entender que era una policía frenteamplista. Volvieron las viejas prácticas y diversos actos de corrupción.

Hoy nuevamente la inseguridad es el mayor motivo de preocupación de la sociedad, está en el tope según una encuesta de Fáctum conocida en las últimas horas. La inseguridad, no obstante, nunca dejó de estar en el top cinco de las preocupaciones de una sociedad que vive de manera furiosa, donde la violencia intrafamiliar crece y las diferencias se dirimen violentamente, a lo que se suma el narcotráfico, que sigue siendo el elemento principal de los muertos callejeros, de los ajustes de cuentas, o por luchas territoriales, que se suman día tras día.

Ni hablar lo que ocurre en las cárceles uruguayas, llenas, más de 15 mil privados de libertad y el número crece año a año. Nunca en la historia del Uruguay hubo tantos presos. Uno de cada 200 uruguayos está detrás de las rejas, dando una idea, falsa, de que se está combatiendo fuertemente el delito.

El fallecimiento de Larrañaga y el ingreso de Heber al ministerio cambió en algo las cosas. Hoy por diversas circunstancias del paso de Larrañaga por el ministerio no queda nada. Ninguno de sus allegados continua en los cargos a los que habían accedido: no está más Luis Calabria ni Santiago González y regresó, ahora como jefe de policía de Maldonado Erode Ruiz, quien había sido echado. Ingresa un nuevo director Nacional de la Policía, José Azambuya de creciente influencia durante las gestiones de la izquierda. Su paso por la policía científica implicó notorios cambios. En Azambuya, Heber busca tener su Guarteche. Heber saco a relucir su olfato político y también dio lugar a jóvenes que vienen con otra idea, provenientes de la academia.

Es la primera vez que un académico como Sanjurjo, formado en Uruguay y con experiencia en el exterior, llega a un cargo tan influyente. Esto es una buena noticia, por supuesto.

El propio presidente se desprendió de un asesor de confianza como Martinelli para ubicarlo en el ministerio del Interior.

Otra vez se comienza a hablar de apoyo interinstitucional para actuar frente al delito, otra vez se escucha que la seguridad no es algo privativo de la policía, sino que es necesario que todos los actores estatales implicados: la salud, la educación, el Mides y hasta las intendencias tienen que ver en la seguridad, además de la policía.

La dupla Sanjurjo-Martinelli, incluso debiendo enfrentar voces disidentes en las internas de la coalición abrieron el juego a la oposición para consensuar un plan de seguridad. De allí salieron 15 medidas que sintetizaron los aportes de todos los partidos políticos, de las cuales ocho las aportó el Frente Amplio y que luego, inexplicablemente no votó, indudablemente por cálculo político.

Esta posición del Frente Amplio, de negarse a votar las medidas fortaleció el ala dura, léase por ejemplo el diputado Gustavo Zubía o Cabildo Abierto.

Pero mientras una cara del ministerio es ésta, la de la modernización, la del trabajo interinstitucional, la otra, es la política la del amiguismo, la de los errores: acelerar la entrega del pasaporte a un narcotraficante como Sebastián Marset, estar en la misa y la procesión cuando se debió investigar a altos mandos de la policía involucrados en el caso Astesiano o el apoyo del propio ministro a su correligionario Gustavo Penadés en detrimento de las víctimas.

La campaña electoral se acerca, Heber va abandonar el cargo para hacer campaña política y para tratar de salvar los muebles de una Lista 71 escorada por caso Penadés. Parece ser entonces que será la hora de los técnicos, de la academia, pero si los astros no se alinean, de nada servirán las buenas ideas.

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