Ademar Olveira tenía 18 años en 1972, cuando ingresó a la fuerza militar. Lo primero que le tocó vivir en el Ejército Nacional fue la muerte de Oscar Fernández Mendieta, un vecino suyo, un habitante del departamento de Durazno, un futuro padre de familia.
Lo que vivió en aquel mes de mayo lo acompaña desde entonces, de día y de noche. Sus testimonios fueron relevantes para acusar y enjuiciar a los tres militares que fueron procesados por la muerte del militante del PCR, el año 2021.
Sus palabras fueron escuchadas con suma atención por los presentes en el homenaje al duraznense asesinado en los amaneceres de la dictadura militar de los años 70.
“Yo lo presentía y se lo dije en una audiencia de una hora y 30 minutos en el Juzgado 23, que trata los crímenes de lesa humanidad. Ante una gran concurrencia, entre esta el Fiscal Perciballe, la Jueza Tórtora que los formalizó, abogados de los Derechos Humanos, la Dra. Gavazzo que los defendió, el abogado que integra la coalición del PCR a la que pertenecía Oscar Fernández Mendieta, cuando salimos luego del interrogatorio se nos pidió cautela, para que no se entorpeciera. Yo dije la verdad y nada más que la verdad, como lo manifesté en el juzgado. Le demostré como había muerto Oscar, recordar esos gritos desgarradores, como dijo una compañera en un acto, ‘lamentablemente gracias a él podemos agradecer que los otros cinco que estábamos recluidos no fuimos torturados. Cuando muere Oscar, enseguida Bonfrisco tomó una actitud de soltar a los que estábamos ya encerrados’. Siempre trataron de confundirme, con preguntas, pero yo estaba preparado para decir la verdad. Fue irrefutable el fallo porque eran contundentes las pruebas. Les agradezco que estén hoy aquí, y para mí se cierra una página. Sí me queda profundamente el dolor de la muerte de un militante por haber tenido 5 boletines del PCR en su casa. La única palabra que pronunció antes de su muerte, hace 49 años atrás, pidió que no le mataran porque iba a tener un hijo. Él supo que iba a morir, porque el castigo fue muy despiadado”.
Otros recuerdos
La quietud del cementerio de Durazno, un martes a las 11 horas, apenas interrumpida por esos pocos hombres y mujeres que se acercan hasta la tumba de Oscar Fernández Mendieta. Allá lejos, en Inglaterra, su hija y quien fuera su esposa.
Un océano separa este recuerdo de aquel, en Reino Unido. Una fecha los emparenta, el 24 de mayo de 1972, cuando los militares golpearon con tanta saña al trabajador rural que le quitaron la vida, aunque él pidiese piedad y vida para vivirla junto a la pequeña que llegaba al mundo.
Hubo testimonios de otras personas, quienes también sufrieron la tortura desde los cuarteles de Durazno.
“Sentí que me pusieron algo en la espalda, fíjate que me pusieron. Antes que yo, hubo compañeros que pasaron por la máquina, por la tortura. La segunda noche que yo estaba, esposado y encapuchado, había guardias con las metralletas, de capa. En el silencio de la noche se juntaban los caballerizos y comían manzanas, tanjerinas, queso, las cosas que nos sacaban a nosotros de las encomiendas que nos mandaban los familiares. Y decía uno ‘esta noche vamos a traer a 11 tipos’. Al otro día cuando aclaró, siento a un militar que iba recorriendo uno por uno pidiendo nombres, eran todos mis vecinos, los 11 que habían prometido traer”.
Letras emocionadas
Raúl Licandro se acercó hasta el homenaje, como lo hace cada año. Y allí leyó textos de Nancy y Ubal, familiares de Oscar Fernández Mendieta, asesinado en la tortura en el Regimiento de Caballería Nº 2 de Durazno, el 24 de mayo de 1973.“Hoy, 24 de mayo, se cumplen 47 años del asesinato de Oscar, Yiye, como lo nombrábamos de entrecasa. Fue en 1973, cuando yo ni entendía lo que sucedía. Pero lo que sí siempre supe, de injusticias. Aquel muchacho que llegaba a nuestra casa con unos tomates, con morrones cosechados en su huerta, a veces con salsa preparada, para que mi madre se preparara una pizza, ese muchacho que dejaba su bolsito junto a la silla y se tomaba unos mates mientras conversaba de quintas con mi padre, de carácter afable y mirada tranquila, Oscar Felipe. En unas horas, muerto como nadie merece ni debería. No conoció a su hija. Trajeron a sus padres para darles la noticia, a aquellos viejos que estaban en campaña trabajando y que ni siquiera sabían qué estaba pasando. Nosotros tampoco sabíamos. Pero la memoria colectiva, esa que pincha hasta sangrar, como dice León, nos ha permitido conocer todo. La información está, los culpables también, pero… como siempre falta justicia”, escribió Nancy L.
“Ni siquiera sabían a quién asesinaban, tenían ante sí, un enemigo brutal, brutalmente enamorado de la vida, desbordante de ansias de futuro, mejor para todos. Estaba orgulloso de su trabajo, orgulloso de sus amigos, orgulloso de su pareja, esperando una hija que no pudo conocer, orgulloso también de plasmar sus ideas, de profundo amor al pueblo, andando por los caminos de tierra en su bicicleta. Me lo recuerdo con un entusiasmo desbordante, que contagiaba, que alentaba, creía haber encontrado su lugar en el mundo de trabajar por un futuro mejor para el pueblo. Las armas que allí estaban. Una asada, la pala y 20 periódicos de circulación legal, en esos días que para algunos era todavía democracia. A 47 años de su asesinato, todavía seguimos esperando justicia y condena a los culpables, ya se sabe quienes fueron. Ballestrino, Mieres y Blanco. En su memoria esperamos. La verdad de los hechos y la justicia y castigo para los responsables. No se construye, mientras haya impunidad”, redactaba Ubal L., textos que piden memoria, verdad y justicia.