Lo de este jueves en Argentina ha sido uno de los episodios más graves desde la recuperación democrática: un hombre armado ha intentado asesinar a la vicepresidenta, Cristina Fernández de Kirchner. El hecho, como ya es conocido, ocurrió poco después de las nueve de la noche, cuando el atacante, de nacionalidad brasileña, apuntó con una pistola cargada a la cabeza de la expresidenta, mientras ésta pretendía entrar en su domicilio en el barrio Recoleta, Buenos Aires.
Sobre Fernández pesa la solicitud de 12 años de prisión de parte de un fiscal federal, resolución que ha elevado los niveles de enfrentamiento político en Argentina con acusaciones cruzadas.
Desde hace más de una semana el gobierno de Alberto Fernández, peronista en versión kirchnerista, mantiene un estado de tensión insoportable con los jueces y fiscales por el señalamiento a la vicepresidenta por presunta corrupción durante sus dos gobiernos, entre 2007 y 2015.
El peronismo gobernante considera a Fernández víctima de lo que llama “el partido judicial”. Pero ayer el enfrentamiento subió un escalón más, muy grave, demasiado grave, porque hubo un intento de magnicidio.
El alimento de la grieta política ha llevado a este estado y es de esperar que este hecho sirva para reflexionar y fundamentalmente para que las partes no abdiquen de sus posiciones, sus formas de pensar, pero que tengan una altura que no sea ofensiva e hiriente como todo parece que lleva la actual situación. Es necesario que se asuman las responsabilidades del caso desde ambas partes, pero lo que ocurre es que no hay nadie con un peso político y moral para frenar esta escalada.
La pasada noche, todos los partidos políticos repudiaron lo ocurrido y líderes opositores como el expresidente Mauricio Macri y Horacio Rodríguez Larreta, y todos los parlamentarios expresaron su solidaridad con la vicepresidenta. Pero hay voces disidentes.
Patricia Bullrich, del ala más dura del macrismo, ha mantenido la línea de confrontación y acusó al presidente Alberto Fernández de jugar con fuego al acusar a la oposición y a la prensa, a la vez que decreta un feriado para movilizar militantes.
El incremento del enfrentamiento político no debería ocultar que los problemas de fondo que aquejan a Argentina, un inmenso y rico país, que debería ser una de las potencias mundiales, siguen allí: la inflación disparada, pérdida de confianza en la moneda y el cansancio del ciudadano son las urgencias que deben solucionarse.
Un editorial del diario el País de Madrid señala que “la gravedad de la crisis necesita de soluciones meditadas y, sobre todo, un acuerdo mínimo de convivencia entre todas las fuerzas políticas. Solo así los argentinos podrán avizorar un futuro menos sometido a la agitación y la imprevisibilidad”.
Ahora viene la etapa de investigación sobre quién es este hombre que intentó el asesinato: si efectivamente es parte de una conspiración, si fue instrumentalizado, y por quien y con qué objetivo, si es un lobo solitario, un desequilibrado en procura de sus 15 minutos de fama. Una investigación seria despejará todas esas dudas, pero atención, y esto va para nuestro país también, hay quienes alimentan la violencia. Fanáticos y violentos siempre hubo y habrá y mucho más si son azuzados por las redes sociales, si vale todo. Para ello es menester aislarlos, en Argentina y aquí. Como dice el refrán: no hay que dar pasto a las fieras.