Del 9 al 17 de abril, el proyecto Visibles, que lleva adelante la artista plástica y visual Rosana Greciet, visitó Tacuarembó y Durazno en busca de rostros y rastros de los pueblos originarios del Uruguay. En el marco de dicha investigación entrevistaron al historiador Oscar Padrón Favre.
Teniendo en cuenta el importante aporte que el licenciado Oscar Padrón realiza a la investigación, brindando sus conocimientos y visión, compartiremos dicha entrevista en tres publicaciones.
La primera es hoy y las siguientes, los martes 9 y 16 del corriente mes.
La entrevista fue realizada por la artista que lleva adelante el proyecto, Rosana Graciet, quien viene trabajando en este desde el año 2019 y ya ha realizado varias presentaciones a través de la plástica, mediante una instalación de piezas textiles, donde expone imágenes de rostros y descendientes indígenas.
La artista presentará su investigación y muestra en Durazno el 10 de noviembre, en el Museo Histórico Casa de Rivera.
Primera parte
A partir del trabajo de Visibles en territorio, específicamente sobre Durazno y Tacuarembó, charlamos con el historiador Oscar Padrón Favre, director de Museos de la Intendencia de Durazno.
A partir de las investigaciones del Depto. de Antropología Biológica de Humanidades se ha podido determinar que la presencia de sangre indígena es notablemente superior a lo que se creía. ¿Cómo cree usted que es el mapa en cuanto a ancestría indígena en Durazno? ¿Cuál es su impresión en relación a este tema? ¿Y cuál piensa que es la percepción de la población?
“Hace 41 años comencé una investigación que se centraba en la búsqueda de los descendientes de indígenas, con una mirada no solo en Durazno, sino de todo el país. Si centré el trabajo de campo en Durazno, era porque la documentación histórica señalaba a Durazno como un departamento importante en presencia indígena. Lo había constatado buscando sobre todo en la documentación existente en el Archivo General de la Nación, en los antiguos padrones, pues contamos con documentos de esas características para esta zona desde el nacimiento del Uruguay.
Quedé sorprendido. Hasta 1981 manejaba la idea de que el Uruguay era un país blanco y que no tenía nada de indígena. A pesar que el tema indígena me apasionaba desde la niñez, me lamentaba de haber nacido en un ‘país sin indios’. Al revisar los archivos, comienzo a ver que una enorme cantidad de vecinos del departamento de Durazno de esa época se identificaban como indígenas. Entonces fue fácil el cálculo: si aparece alguien identificado como indígena en 1835, 1836, y que en ese entonces tenía 5 años o 10 años, esa persona pudo haber llegado al siglo 20, ¿no?, y deben haber quedado sus hijos y sus nietos aún entre nosotros, me dije. Allí comencé a buscar descendientes. La búsqueda documental posteriormente la extendí a Tacuarembó, a Paysandú y a otros lugares. También fue notorio que esa presencia era superior desde la zona centro hacia el norte.”
Hoy, ¿se refleja esa presencia en la sociedad duraznense?
“Hoy yo te diría que no, que no hay consciencia de esa presencia tan fuerte, aunque muchos más se reconocen como descendientes de indígenas. Ya no se la niega. Cuando comencé, había que vencer prejuicios. Visité algunas personas cuyo origen indígena era notorio por sus rasgos y, sin embargo, lo descartaban totalmente diciendo ‘no, no, yo soy italiana’ o ‘yo soy vasca’. Había en esa época un estigma del posible origen indígena. Nadie se identificaba como indígena, pero decían: ‘sí mi madre, mi abuela, mis antepasados lo eran’. Y eso sí fue muy notorio en muchísimas personas. A partir de todo ese descubrimiento, empecé a mirar y a analizar a nuestra sociedad de una manera diferente. También cuando viví en Montevideo comencé a ver que muchas veces el niño que subía a pedir en un ómnibus o la madre que pedía una ayuda económica, tenían la presencia de esa ascendencia, o sea había una clara asociación de esta ancestría indígena con un segmento social determinado.”
Esto se condice con un estudio que hizo Mónica Sanz sobre población de mujeres en el Pereira Rossell, donde constata una alta presencia de ancestría indígena en comparación con la salud privada, en donde esa presencia descendía a la mitad. Esto se alinea con lo que usted dice. Podríamos decir que los descendientes han quedado circunscriptos a un nivel social bajo, lo que habla a las claras de un patrón social que aún persiste.
“A las pocas semanas de sacar el libro Sangre indígena en el Uruguay, en 1986 —que tuvo un gran impacto porque era la primera vez que se hablaba de que el Uruguay tenía descendencia indígena—, recibí una carta del doctor Fernando Mañé Garzón, quien en ese entonces dirigía las investigaciones en el hospital Pereira Rossell, junto a antropólogos de la Facultad de Humanidades, sobre la existencia de la mancha mongólica, que fue uno de los primeros indicadores biológicos de la presencia de herencia indígena que se estudió. En esa carta, que la conservo, Mañé Garzón manifestaba un entusiasmo muy grande por sus hallazgos. Me felicitaba por el libro, pues ratificaba lo que estaban viendo en sus estudios. Coincidía la investigación histórica con la antropología biológica. Ellos se preguntaban, si somos un país de europeos, ¿por qué esa prevalencia tan grande de mancha mongólica en los recién nacidos del Pereira Rossell?
Siempre he dicho que Europa no fue la ‘madre patria’, Europa fue el ‘padre patria’. La inmigración europea fue fundamentalmente masculina, y esos inmigrantes no permanecían célibes ni hacían voto de castidad en estas tierras. La que puso la mujer siempre fue América, la mujer indígena, la mujer mestiza, la mujer afro.
Nuestra famosa y mitológica ‘china’, como la esposa del gaucho, era fundamentalmente una mujer de origen indígena. ‘China’ es una palabra quechua. Y con muchos inmigrantes europeos pasó lo mismo. Yo lo pude comprobar en una cantidad de linajes esa unión formal o no entre europeos con mujeres indígenas o descendientes de ellas. Existió un alto grado de informalidad en estas uniones con mujeres indígenas y mestizas con europeos o descendientes de europeos. Un hombre de piel blanca recibía una descalificación social si se casaba formalmente con una indígena. Eso fue muy potente. Por eso, los libros de bautismos o del Registro Civil están llenos de registros donde dice ‘hijo de padre desconocido’ o ‘hijo natural’.
En el caso de la mujer, muchas veces sirvió como una posibilidad de ascenso social, porque no pocas mujeres indígenas o mestizas de origen humilde formaron pareja o matrimonio con hombres blancos, lo que le permitió alcanzar otro estatus social. En el caso del hombre, el ser indígena fue más una limitante.
Es indudable que esa segmentación social, donde la presencia indígena y mestiza predomina en los sectores más humildes también en Uruguay, ha sido muy notoria, pero es una característica de toda América Latina. Ha dominado como imaginario ‘uruguayo’ una mirada muy montevideana, muy portuaria, y los sectores sociales predominantes en los centros urbanos afirmaron esa visión de que ‘todos venimos de los barcos’, pero cuando se sale a las periferias de las urbes o al medio rural, ahí vemos que hay otros componentes étnicos muy potentes, que se notan claramente aún hoy.”
(Continúa el próximo martes).