Una treintena de “viejos” amigos del barrio se congregarán este sábado, en el campito de calle Herrera y Arrospide, para jugar el último partido antes del cierre del predio. “La movida nació desde Montevideo y enseguida se generó una vorágine permanente, de las ganas de verse y de juntarnos todos”, contó Luis Rey a El Acontecer.
La urbanización y la modernización van ganando terreno y los espacios verdes, como lo son los llamados “campitos”, escenarios de grandes “batallas” futbolísticas, se han ido perdiendo.
Hoy en día cuesta encontrar estos espacios y más aún observar allí a la juventud correr detrás de la pelota, como otrora era algo muy común.
Los tiempos han cambiado, ni para bien, ni para mal, pero han cambiado y las prioridades de los jóvenes pasan por otro lado, donde claramente la tecnología viene ganando por goleada.
Eran partidos que duraban horas, donde, si la noche comenzaba a aparecer o si la mamá del dueño de la pelota lo llamaba, el partido terminaba con el clásico “el que hace el último gol gana”, por más que el partido fuese 15 a 0.
Las reglas iban desde “los mejores no pueden jugar juntos”, ser elegido último era “una gran humillación”, un equipo juega sin camiseta, “el peor de cada equipo va al arco”, el dueño de la pelota juega en el equipo que el mejor jugador, hasta no hay juez y las faltas eran cobradas al grito.
Qué decir de las grandes discusiones cuando se convertía un gol, en un arco improvisado por piedras, ropa, championes etc., cuando la pelota pasaba cerca de “uno de los palos” o el remate era por elevación.
¡Qué discusiones!
Épocas imborrables, de una sana infancia, donde grandes y chicos pasaban horas y horas corriendo detrás de una pelota, generando lazos de amistad, que con el pasar de los años han perdurado.
El partido despedida
Este sábado, en el campito de Herrera y Penza, un grupo de amigos que en las décadas de los 70, 80 y 90 se juntaban allí para jugar a la pelota se volverán a encontrar, en lo que han denominado “el partido de despedida” en “El Campito del Instituto”.
Semanas atrás, la Intendencia de Durazno anunció una ampliación de obras en Casa de la Cultura y estas abarcarán el mencionado predio, que en breve será cerrado.
A raíz de la noticia es que surge la iniciativa, que nació de duraznenses que hoy en día viven en Montevideo y que inmediatamente entusiasmó a otros.
Para conocer más sobre esta iniciativa y para revivir aquellas épocas, El Acontecer conversó con Luis Rey, en una charla muy amena.
El nacimiento
“Se fue movilizando todo desde Montevideo. Enseguida se entusiasmaron otros y empezó todo una vorágine permanente, de las ganas de verse y de juntarnos todos”, contó.
“Nos mudamos acá en el 75, alquilamos un apartamento en el medio de la manzana; ahora vivimos frente al campito. Al principio vivíamos ahí. En aquella época jugaba en Racing. Estaba un poco como dejando”.
“Luego comenzamos a chiviar en el campito, que le llamaban ‘El Campito del Instituto’, porque, por calle Penza, estaba el Instituto Magisterial de Formación Docente. En el fondo quedaba todo este campito”.
“Con el flaco Juan Carlos Torales, y después con gurises del barrio, hijos, amigos de nuestro hijos se fue poblando de chiquilines. Venía gente de la cancha de Juvenil y Central. Llegaba un momento que teníamos tres o cuatro cuadros. Hacíamos partidos con arco chico, no se podía pegarle a la pelota de lejos para hacer el gol; se jugaba sin golero. Más o menos a dos o tres metros, lo que originaba varios líos y, cuando la pelota iba por el aire, tenía que estar a la altura de que una persona pudiese llegar; otra discusión más. Nos divertíamos de lo lindo”.
Del trabajo a la cancha
“Venía de trabajar de la tienda y a las 14:30 estaban todos esperando y jugábamos hasta las 19:30 de recorrido. Había puesto unos palos en los arcos para dejarlo más reglamentario. Como vivía enfrente, era el que llevaba la damajuana de agua. Queda una sana amistad”.
El último partido
“Lo fantástico es que surge de ellos. Se creó un grupo de WhatsApp. Más de treinta estaremos presentes el sábado. Compré unos palos de escoba para armar los arcos”.
“Lo lindo es lo que ha quedado. Algunos son abuelos. Hay distintas generaciones. Cuando llegamos vinimos con Alejo, el hijo mayor, y tenemos cuatro. Hubo una interacción intergeneracional muy buena. Lo lindo de todo esto es la amalgama de muchachos que hay. El compañerismo, respeto y amistad sana. Que no se marcaron diferencias desde el punto de vista social, ni ideológico. Tiene que quedar por fuera. Lo que tiene que primar siempre es el respeto, la armonía y evitar todo tipo de violencia”.
Homenajes a los que ya no están
“Vamos a realizar un par de homenajes, a dos amigos que se fueron muy jóvenes, por cosas del destino. Va a ser un momento muy emotivo para todos”.
“Acá se institucionalizó de una manera, que se sabía que todos los sábados y los feriados se jugaba. Había cuatro cuadros y jugaban todos. El tema era jugar y divertirse. Ha cambiado todo. Ni para peor, ni para mejor. El campito para mí fue siempre imperdible”.