Los expertos suelen hablar de tres tipos de sequía diferentes, aunque todas están relacionadas: la meteorológica (déficit de lluvia), la agrícola (déficit de humedad en el suelo) y la hidrológica (déficit en las reservas de agua, como los embalses).
Normalmente, la sequía meteorológica, es decir, la falta de lluvias, es el principal desencadenante del resto. En la zona de la cuenca del Río Santa Lucía, que sirve el agua potable para el 60 por ciento de la población, ya van tres años sin lluvias. Y si bien la crisis del agua afecta ahora a la zona metropolitana donde viven más de 2 millones de personas, no es menos cierto que otras zonas del país se han visto afectadas -ya sea por déficit, ya sea por exceso- por este fenómeno que ha perdido su cualidad estrictamente cíclica, gracias al cambio climático. Y esto va dicho para los descreídos.
Pero además de la falta de lluvia, las pérdidas de agua de manera continua -se calcula que queda por el camino un 50% – y una inversión insuficiente en infraestructura por parte de todos los gobiernos, desde la recuperación democrática hasta ahora, son factores que se han sumado para llegar a esta situación.
Las últimas lluvias y los pronósticos profesionales hacen prever que estamos ingresando en el inicio del final de la sequía y que en el mes de agosto lloverá lo suficiente para comenzar a revertir esta crisis hídrica.
Este hecho, por demás auspicioso, no debería hacernos olvidar lo pasado, sobre todo porque para ello hay que superar intereses políticos e incluso las necesidades particulares de cada ciudadano con un fin único: cuidar el agua que se tiene.
Se debería tender a la colaboración urgente entre ambientalistas, gobierno, empresas, el agro y la sociedad en general. Sin esa colaboración, de buena fe, sin desconfianzas, viviremos otra vez la situación de que un país como Uruguay deba acudir a la importación de agua potable. El solo hecho de escribir esto me hace pensar que estoy en medio de una distopía, una serie futurista, pero es la realidad tal cual la vivimos.
El futuro del agua requiere de un trabajo en equipo para su uso eficiente, su cuidado permanente y la transformación de la cultura de “abro la canilla y sale” a un manejo sustentable de este recurso natural.
El agua es de difícil acceso para 2.700 millones de habitantes de un planeta que está compuesto de agua en un 70%, (¡qué paradoja!) pero en el que solo un 3% de esa agua es potable. Y para colmo, en su mayor parte se encuentra almacenada en los polos o bajo la superficie, en forma de agua subterránea, ¿les suena acuífero guaraní?
Según datos de la Organización de Naciones Unidas (ONU) la sequía representa una amenaza constante para la humanidad. Desde el cambio de milenio los períodos de sequía han aumentado casi en un 30%, afectando a 1.400 millones de personas. De acuerdo a la ONU, se calcula que en el año 2050 la falta de agua podría alcanzar a tres cuartas partes de la población mundial, lo que sin duda provocará movimientos migratorios.
Entonces, no parece ser necesario explicar y abundar sobre la necesidad de cuidar este elemento tan vital y alejarlo de la politiquería y la falta de acuerdos sociales.