Superada la controvertida experiencia de la violencia de izquierda un año antes, los militares considerándose como un grupo de poder con derechos obtenidos en esa lucha, que venía siendo alentada desde mediados de la década de los 60 por la medidas prontas de seguridad, comenzaron a exhibir un protagonismo político inesperado.
Los hechos se van a concatenar en los primeros días del mes de febrero de 1973 cuando detrás de una postura de rechazo a una decisión del Poder Ejecutivo se amotinaron exigiendo se cumpliera con sus aspiraciones que devengarán en una propuesta de participación en la conducción del gobierno por encima de la Constitución y de las leyes.
Hay ya mucha historia escrita sobre los sucesos que llevaron al Golpe de Estado del 27 de junio de ese año, hace hoy medio siglo. A pesar del tiempo transcurrido, quedan interrogantes sin respuestas aún, muchas de ellas derivadas de la represión y la instauración de un estado de excepción contra el pueblo, heridas que esperan sanar de una vez y para siempre.
La dictadura militar con la colaboración de algunos sectores civiles, corporativos y políticos, no puede ser tratada como un hecho lejano ni mucho menos como algo anecdótico producto de una guerra inexistente, ni mucho menos caer en una lectura que intente ser convincente desde uno u otro bando en pugna por aquel entonces.
La progresiva agresión contra los derechos y las libertades supuso el establecimiento de un régimen que intentó cambiar la realidad a la medida del pensamiento de quienes concretaron el pleno poder militar en 1976 con la expulsión del titular del Poder Ejecutivo.
La represión, en sus más variadas versiones, la categorización de los ciudadanos en clases según su forma de pensar, el fomento de una cultura asentada en una errónea concepción de identidad, la orientalidad (se era oriental, o se era enemigo, y todo enemigo debía ser neutralizado, eliminado)
En poco tiempo comenzamos a ver cuáles eran las reglas de juego impuestas para la convivencia, reglas que estaban en consonancia con el contexto regional donde otras dictaduras fueron emergiendo en esa época.
En Durazno, esos tiempos se vivieron acordes a las imposiciones del poder y generaron diversas situaciones, algunas para la anécdota, otras para la historia local y otras teñidas del dolor y del horror frente al cual se vieron enfrentadas varios ciudadanos del medio. Fue esta ciudad un lugar donde buena parte de la sociedad se mostró indiferente a la situación cuando no solícita y hasta colaboradora con el autoritarismo.
No cabe duda que la agresión perpetrada contra la democracia, en un momento de renuncias del sistema político y de sus equivocadas decisiones, generó una sentimiento de desaprobación que fue ganando volumen, hacia el final del proceso impuesto en 1973.
Los ciudadanos destituidos de sus trabajos, perseguidos, encarcelados, muertos o desaparecidos por sus ideas son la muestra cabal de la violencia aplicada contra la población siguiendo los lineamientos de un modelo impuesto desde centros de poder externos. Las libertades sucumbieron a la aplicación del terrorismo ejercido desde el Estado.
Ante lo anterior la resistencia fue prolongada en el tiempo, fue una resistencia muchas veces silenciosa, pero segura de lograr una nueva conciencia capaz de vencer la injuria recibida.
Más allá del tiempo, debemos abonar y conservar la memoria como una lección magistral que nos recuerde sobre la vigencia de los valores democráticos, la normas de convivencia humana, inclusiva y tolerante, y el bien supremo de la libertad como aspiración genuina para que estos hechos, que hoy recordamos, no se repitan nunca más.