-…Pero date cuenta Maneco… la propiedad privada es ilegal, date cuenta, que nació de una inmoralidad, de algún decreto real o porque a algún milico general se le antojó en su momento. Porque fijáte hermano, que antes, en la época del abuelo de Sepé y de aí pa´tras, esto era de todos y de naides a la vez. Porque enterate ch´amigo, que al patrón este nuestro, culocaga´o, el presidente le regalo esta suerte en pago a servicios prestaus, pero esto no era en el principio de ningún presidente ni de ningún rey, esto era del que le pusiera la pata encima y tampoco era de naides, aunque ahura no se entienda.
Acá uno podía boliar un Guazu-bira sin miedo de terminar en el cepo, porque los bichos no eran de naides y también eran de todos, che mi loco, como todas las cosas. Ahura andamos de continuo pechando algún alambrado, pidiendo permiso, pidiendo disculpas, todo tiene dueño, todo tiene precio, nada vale.
Entonces, lo que yo digo che´rmano, es que el dueño, termina siendo dueño de un delito, de una tramoya, entonces los títulos están todos sucios, son nulos…
-Puede ser che hermano, pero de ái a degollarlo al patrón, se me hace que es mucho.
-¿Y que querés?, ¿pedirle prestau? ¡No me vas a decir que ahura tenés miedo hermano!, ¡Que lástima te puede dar este gordo riñón tapao si nos ha cascoteao a lo loco, ahora que sangre él! ¡Hijunagranputa!
-Ni miedo ni lástima me da ese disgraciau, ¿pero y el patroncito Ramón?, no es malo ese gurí. ¿Y la doña?, cuando nos maltrató? ¡Nunca!
-¿Y si los robamos nomá y prendemos juego a todo?
-¡Ahora me vas a echar pa’trás Maneco! ¿Ya te olvidaste que se volteaba tu flor? ¡Te la mancilló en cuanto supo que le arrastrabas el ala! La preñó y la despachó sin vergüenza. ¡Porái anda ahora esa gurisa medio loca por esos montes! ¡No te me reblandezcas ahora hermano!
Los ojos chiquitos de Maneco parecieron empequeñecerse aún más y se inyectaron súbitamente en sangre ante el recuerdo de su prenda mordisqueada.
-¡Arriola! ¡Gracias hermano por abrirme los ojos! ¡A ese gordo dejemeló que lo despeno yo!
-¡Ahura es el Maneco que yo conozco!
Dos sombras encorvadas y dispuestas cruzaron la noche; una de ellas, Maneco, acariciaba el cabo de plata y oro de su verijero mientras cruzaba en silencio el último alambrado, el del patio; solo lo había usado anteriormente para comer o capar, pero debía de servir también para el uso que se avecinaba.
Por el despeje debajo de la puerta maciza se escapaba como una leche amarillenta la luz del pobre farol a queroseno que pendulaba colgado del tirante en medio de aquél enorme salón comedor, justo al medio también de la larga mesa de pino blanco, donde el Patrón desde la cabecera, ordenaba comer o no.
Cuando Arriola llega al umbral de la puerta, desde un par de pasos atrás arremete con el hombro como ariete haciéndola volar en pedazos y queda en ese acto en el medio del comedor con Maneco detrás, asustado y sudando como un negro chico.
Doña Encarnación del susto se desparrama sorprendida y queda en el suelo nomás mirando desde allí, cómo Arriola, facón en mano degüella de un solo tajo a la pobre negra Asunción, que cae de rodillas en un espumarajo de sangre sin soltar la sopera humeante hasta su último estertor.
El gordo Pereira, el Patrón, atina torpemente a sacar un cuchillo que no tiene y en dos pasos Arriola se planta frente a él, echa su mano y facón todo lo que puede para atrás, para tomar el mayor impulso que le dé su odio, cuando siente de repente un frío gélido en el cuajo. Maneco, pálido como majada después del temporal, lo abraza de atrás con su brazo izquierdo, mientras con el diestro revuelve a la altura del triperío el minúsculo puñal.
El Patrón y Ramoncito se abalanzaron encima del gaucho Arriola y en un santiamén lo cosen a puñaladas, mientras Maneco lívido se acurruca en un rincón, para en un último instante cruzar el tiento de su mirada con la de su compinche de hace instantes, que lo mira sin entender, desde el piso, un segundo antes de finar.
Maneco mora ahora en el puesto viejo, por gratitud de Pereira, el puesto que está contra el monte, donde en ocasiones el viento trae algunas voces. Algunas veces parecen ser las de la loca Micaela, lidiando con su cría. Otras, las más, las de un gaucho malo, de gracia Arriola. Y ahí…ahí Maneco tiembla.