Raro, lo que se dice raro, como diría el querido Don Verídico, aquel sujeto que además de músico era medio mago, algo así como un encantador de serpientes, pero sin serpientes.
Tocaba música y hacía desaparecer cosas. Humilde y todo era un artista que tanto te ponía un mediasuela en el momento como te ejecutaba un fox trot o un pasodoble en su instrumento.
Fue un artista de esta Morondanga que tuvo, claro está, su momento estelar.
Y así fue andando su vida, con una fila de clavos semillitas apretados entre los labios, que los soltaba para pegar alguna pitada al tabaco, o las cambiaba por las noches por la boquilla de su instrumento de viento madera, amenizando veladas en diversos ambientes nocturnos.
Tan famoso que al otro día, irremediablemente retornaba siempre al clavado de suelas y encolado de tacos, rodeado de montones de pares de zapatos y zapatos sueltos, rascándose la cabeza y escuchando en la ruidosa la voz del Mago que le recordaba aquello de “volver con la frente marchita”.
Digamos que su fuente primaria de ingresos eran los remiendos y que su segunda ocupación sólo se cotizaba en término de cuantas copitas de caña colaba intercaladas con sus interpretaciones musicales, y este segundo laburo era tan irregular, a veces, ni para zafral daba.
Pero en aquellas épocas las morondangueses no eran como las de ahora, más bien ahora no hay ya nada de aquello que antes había, hoy es puro progreso que le dicen, más las nuevas tecnologías.
Pero vayamos al grano. Nuestro personaje descubrió cierto día que podía incorporar un nuevo número en su repertorio artístico. Su instrumento se divide en cinco partes, desde la boquilla hasta la campana, esto es de un extremo al otro.
Con la boquilla, en realidad, se produce el sonido y el resto del cuerpo le da mayor calidad y recursos sonoros al instrumento que posee varias llaves y teclas a lo largo de su cuerpo.
Don Vicente, ese era su nombre, descubrió que mientras iba tocando podía prescindir de algunas partes de su clarinete y una noche se dio el lujo de practicar la innovación que al otro día pudo estrenar.
Arrancó con un pasodoble, mientras el Pardo le iba haciendo el acompañamiento con una rudimentaria y maltrecha batería, a los pocos compases, le quitó la parte de abajo del instrumento, que según tuve que averiguar se llama campana y la escondió hábilmente en uno de los bolsillos del saco y prosiguió tocando la misma pieza.
Luego, una segunda parte del clarinete, y otra, y las escondía, bajo la atónita mirada de muchos, hasta que terminó sólo con la boquilla en su boca. Mirado a grosso modo, el tipo parecía haberse tragado, literalmente, el clarinete.
Solo nos queda esperar, que a Felipe, descendiente de esa vieja saga de musiqueros, no se le ocurra un día comerse el violín.
Punto (.) y final.
Tornillo